Puede parecer una perogrullada insistir en la idea de que la evaluación es el tercero en discordia (la hermana fea) de los procesos de enseñanza y aprendizaje, y no iba a ser menos en el mundo del español como lengua extranjera. Así como conceptos del tipo competencia, estrategia, aprendizaje significativo, la evaluación se ha convertido en una etiqueta vacía, acompañada generalmente de prefijos (auto-, co-) o calificativos (continua, pedagógica) que han dejado hueca la intención. Es como cuando te encuentras manuales de español que anuncian en lentras grandes el enfoque por tareas y uno no es capaz de localizar una tarea ni echándole toda la imaginación del mundo.
Lo que es obvio es que en el aula evaluamos constantemente y no sólo en la dirección clásica, es decir, del profesor al alumno. Evalúan los estudiantes al profesor, los estudiantes entre ellos y a ellos mismos, evaluamos el material, las dinámicas de clase, el plan curricular del centro. Lo hacemos el primer día de clase y el último, pero también a la hora de encarar una tarea o al finalizar una actividad. Y sin embargo, para una actividad tan ingente como ésta no sólo no tenemos suficientes herramientas, sino que encima las pocas que hay están apenas estandarizadas o simplemente son desconocidas para la gran mayoría. Nos aferramos a los tests y a la intuición profesional para definir el nivel de un alumno y para analizar las necesidades de un grupo. Es evidente que necesitamos más.
Por un lado, hace falta más formación en evaluación. Y por otro la investigación de ELE debe insistir en dotar al profesor de instrumentos serios pero flexibles para adaptarlos a cada caso. Hay que dejar atrás, por fin, la idea de que evaluar es sólo calificar, cuando ésta no es más que una de sus funciones. Como dice el título del muy recomendable libro del profesor Juan Manuel Álvarez, hay que evaluar para conocer [PDF], y debemos dejar los exámenes para excluir y separar. Todavía hay muchos profesionales, siempre demasiados, que desconfían de los portafolios, de los mapas conceptuales, de las autoevaluaciones. Pero si no somos capaces de hacer eso en el mundo analógico, ¿cómo nos lo vamos a plantear en el mundo digital?
¿Evaluar, yo? ¿de qué me estás hablando?
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