Lo que más me gusta de todo este galimatías de los portafolios es que, en el fondo, la idea es muy simple: estamos hablando de una carpeta (física o virtual) en la que el interesado recoge muestras de su trabajo. Se trata de favorecer la reflexión sobre el proceso de aprendizaje y la autoevaluación. Pero cuando ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en cómo se llama una cosa, es que la cosa no la tenemos muy clara. Por ejemplo, ¿debe haber diferencias entre la versión de papel y la digital? ¿un portafolios de lenguas tiene que ser diferente de un portalios de química, por ejemplo? ¿necesitamos un formato oficial tipo PEL o podemos dejar libertad creativa a los usuarios?
Bueno, muchas cuestiones y todavía más respuestas a juzgar por el magma bibliográfico que está surgiendo en los últimos años. Para poner un poco de orden en toda esta invasión de artículos y publicaciones, recomiendo la lectura de A Review Of The Literature On Portfolios And Electronic Portfolios de Phillipa Butler (del eCDF ePortfolio Project). Esta investigadora ha intentado dar algo de forma al campo de la investigación sobre el tema y lo hace de una manera muy organizada. Define bastante bien su área de acción, intenta acotar conceptos, propone listas de ventajas e inconvenientes, ofrece una abundante bibliografía y, lo más interesante, nos cuenta al final sus conclusiones, que se pueden resumir en una sola frase (las negritas son mías): If properly implemented and used well, electronic portfolios can be a powerful tool for capturing student learning.
La sopa de letras de los portafolios
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